Observo con mucha curiosidad la reacción de la población a medida que pasamos el confinamiento en nuestras casas por la terrible situación que estamos atravesando.
A través de las redes estamos todos comprobando el extraordinario ingenio de los españoles, lleno de humor, probablemente resultado de un escudo de protector ante la desazón y el miedo por lo que estamos viviendo.
A medida que va pasando el tiempo voy notando como nos encaminamos hacia una reflexión más profunda y empezamos ya a plantearnos preguntas. Es muy posible que según vayamos avanzando en esta situación, lo que empezó con humor se convierta en exigencias sin contemplaciones.
En mi modesta opinión, y aprovechando como digo este tiempo de reflexión, sería conveniente hacernos algunas preguntas:
– ¿Cambiará en algo nuestras vidas en un futuro inmediato?
– ¿Serán otras nuestras prioridades?
– ¿Modificaremos nuestra escala de valores?
– ¿Entenderemos que la verdad y nuestras conveniencias no tienen necesariamente que ir de la mano?
Es sorprendente cómo los acontecimientos extraordinarios pueden desnudarnos en un corto espacio de tiempo respecto a nuestras convicciones y opiniones, generalmente forjadas por unos medios de comunicación que responden siempre a sus propios intereses.
Sería bueno recordar que hace solo unas semanas todo el sector primario reclamaba la atención de una sociedad que como de costumbre seguía sin importarle nada.
Y qué decir del transporte, cuyo sector no le interesa absolutamente a nadie que no forme parte directa del mismo.
Recordemos también las críticas hacia todas las empresas directamente ligadas al sector primario, acusándolas de beneficiarse como intermediarios y criminalizando sin ningún pudor a las cadenas de distribución, empezando por lo políticos, que ahora son los primeros en reclamar su importancia vital en estos momentos.
Resulta que ahora la sociedad entera señala como fundamentales aquellos servicios de quienes ni sabían, ni querían saber y que son imprescindibles para que podamos simple y llanamente COMER.
¿Qué sería de todos nosotros sin ese sector primario que nos alimenta, sin las empresas que lo elaboran, sin el transporte que nos lo hace llegar y sin todos aquellos que nos lo venden?
No hace mucho tiempo en un artículo anterior ya reclamé la atención de los consumidores:
“Ya es hora que toda la sociedad sea consciente de que si matamos al sector primario, todos, absolutamente todos, estamos muertos…”
Ha llegado el momento de darnos cuenta de lo real de esta afirmación.
Sería importante que cuando todo esto pase seamos capaces de NO olvidar a los ganaderos, a los agricultores, a los transportistas y a toda la gente involucrada que trabaja para que cada día podamos seguir con nuestra existencia vital.
Ojalá seamos capaces de volver a situar las prioridades en orden de importancia para nuestras vidas. No puede ser que la alimentación y la calidad de lo que comemos estuviesen cada vez más abajo en nuestra escala de valores.
Por último, un pequeño comentario también para el sector cárnico: ya habrá tiempo de ampliarlo convenientemente, la situación en la que van a quedar las empresas de nuestro sector, especialmente las ligadas al canal restauración, va a ser dramática. Sería muy conveniente sacar conclusiones y aprender de todos los errores cometidos, entendiendo que lo fundamental de nuestro trabajo está en el producto, la información veraz y la honestidad. No en el precio final.
Hablamos de comida, de salud… ¡¡¡de vida, ni más ni menos!!!
® Carlos del Campo
Marzo 2020