Nosotros los consumidores, somos el último eslabón. Posiblemente, esta reflexión levantará comentarios en contra ya que generalmente no nos gusta mirarnos en el espejo y vernos tal cual, con frecuencia preferimos maquillar la realidad y contemplarla cómo nos gustaría que fuera.
Por ello se nos bombardea constantemente con mensajes, siempre supeditados a intereses determinados, por supuesto partidistas y que pretenden satisfacer las necesidades del consumidor aunque estas nada tengan que ver con la verdad.
¿Y quién nos dice? Todos, absolutamente todos, administración, industria, medios de comunicación, internet, gurús alimentarios, etc.
¿Y qué nos dicen? Básicamente aquello que queremos escuchar, lo que encaja en nuestra manera de vivir, en definitiva, lo que nos viene bien. Aunque no lo creamos, somos capaces de adecuar la realidad a nuestra propia conveniencia independientemente de lo real que sea, un ejemplo muy básico de lo que digo lo tenemos cuando jugamos a la lotería y comprobamos que no hemos tenido premio, entonces exclamamos en una especie de consuelo, “bueno lo importante es tener salud”. Podríamos preguntarnos, ¿para qué hemos jugado entonces?
Siendo los consumidores el último eslabón, nuestra propia autosatisfacción consiste en decirnos que no tenemos culpa de nada, somos inocentes y que nuestro modo de actuación se debe al mensaje que nos envían “los otros”, pero… ¿es realmente así?, o ¿es precisamente ese mensaje el que estamos pidiendo que nos llegue?
Permítanme que desarrolle esta idea. Parece que en la época que vivimos, el precio es factor fundamental para el acto de compra, y de ahí el crecimiento desmedido de todos aquellos que lo usan como referencia de venta.
Seguro que alguno de nosotros ha comido una suculenta chuleta en un restaurante de nuestra preferencia. Por supuesto que nos gusta sentirnos cómodos, que nos atiendan adecuadamente, que el producto nos deleite y por supuesto que la cuenta no sea excesiva.
Veamos ahora cuántos han intervenido en todo el proceso hasta el momento de la degustación de la chuleta, el ganadero, veterinarios, personas de laboratorios para medicamentos de los animales, transportistas, personal de la industria cárnica, de empresas de frío, de envases plásticos, de envases de cartón, de etiquetado, de marketing, de hostelería, de limpieza, etc.
Como se puede apreciar, todos y cada uno de nosotros consumidores, somos en algún momento productores, según el escalón en el que nos encontremos, y esto que menciono es válido, para absolutamente todos los sectores.
Evidentemente, si queremos reducir el precio final del producto en algún eslabón del proceso deberemos bajar los costes, ¿en qué o cuáles eslabones?, o ¿debe ser en todos?, podríamos preguntar a las personas-consumidores, (que en ese momento también son partícipes del proceso, por estar encuadrados en alguna de las etapas), si están dispuestos a rebajar sus costes laborales, por ejemplo.
Seguro que la respuesta es no. Entonces ¿dónde lo hacemos?, ¿cómo lo conseguimos? O le decimos al empresario que debe reducir su margen y probablemente nos encontremos que su respuesta sea, ¿cómo puedo disminuir márgenes al tiempo que me aumentan los costes generales progresivamente?
Cómo resolvemos entonces esta situación, ¿estamos dispuestos a que nos bajen la calidad del producto?, ¿a que no tenga los suficientes controles?, ¿a que nos den peor servicio?.
Puede que la solución pase, porque no siendo partícipes del proceso, entonces no nos importa lo que les ocurra a los demás.
Es sorprendente la época actual, estamos en la discusión permanente, de si los gallos violan a las gallinas o si despedimos a los cerdos, llorando amargamente cuando llegan al matadero, o la continua exigencia del “bajo precio”, aunque por otro lado continuamos comprando “cosas” en lugares muy reconocidos, cuyo precio de compra es tan barato que solo es posible a costa del sufrimiento de otros seres humanos a miles de kms de distancia, pero esto no interesa, es más preocupante ocuparnos de algunas cuestiones sobre animales que sobre las personas, e incluso que sobre nosotros mismos.
Sí, me sorprende la hipocresía de la propia sociedad, donde es más importante el “precio” que el “valor”, que acusa y señala a la verdad si esta no le gusta, pero que se deja adormecer por la mentira si con ella situamos la realidad según nuestras conveniencias.
Y de esto escuchamos “nos estafa” cuando nos parece demasiado caro, pero nunca “nos engañan”, sí lo que nos ofrecen es demasiado barato. Y así nos encontramos en un gran supermercado viendo un precio imposible por un determinado producto, falso por supuesto, para que al día siguiente llamemos ladrón a un hostelero por cobrarnos el precio real de ese producto.
Mientras, los sectores y las administraciones saben y se pliegan a los deseos del mercado, esto siempre es más fácil que intentar convencer con la verdad y luchar por tener consumidores educados en el conocimiento y la exigencia.
Debiéramos ser TODOS conscientes por una vez, que estamos hablando de alimentos, de comida, de vida, en definitiva… de SALUD.